Celebracion de los Cuarenta Años en Cali el 20 y 21 de Junio de 2009

Por Luis Guillermo Restrepo

Ciertamente, celebrar cuarenta años de algo empieza a ser un ejercicio cercano a la proeza de existir. Pero no hay duda que se convierte en motivo de satisfacción y regocijo el poder hacerlo con quienes nos acercó el destino para hacernos mejor nuestra vida.

Hasta hace poco, mi orgullo consistía en no tener recuerdos mayores a los veinte años. Hoy debo reconocer que ni el más grande esfuerzo de amnesia voluntaria me librará de los de más de cuarenta.

Y me alegro. Quienes estamos aquí, y aquellos que por cualquier razón no pudieron llegar, somos testimonios vivientes de una época de transición como pocas. De una generación que abrió los ojos tarde, si se compara con sus hijos, y los hijos de sus hijos.

Fue la generación levantada en medio de los miedos y los desconocimientos que padecía una sociedad que empezaba a perderle el respeto a los dogmas. Esa sociedad vivía entre el temor a Dios y el pavor a la bomba atómica, mientras tumbaba los tabúes que la estupidez humana construyó alrededor del sexo y el rock and roll.

Claro que aquí la cosa era de otro tenor. Porque así como descubrimos el televisor, nos tocó la llegada de esa magia contenida en un aparato negro, grande y desafiante. Era el teléfono, aquel instrumento que con el tiempo se convirtió en el visitante furtivo de las niñas y en el cómplice de los niños. Y montar en un jet fue quizás el más grande de los privilegios que se podían tener en esa época.

Con esos antecedentes, descubrir el mundo fue un asunto tan complejo como deslumbrante. Para fortuna de nosotros, estar en el colegio Alemán nos facilitó las cosas. Ya el sólo hecho de pasar los días en un aula mixta, con compañeras cuya belleza era más que interior, nos empezó a civilizar de manera sorprendente. Y la fortuna de encontrar una educación más abierta y menos atemorizante, nos abrió la mente hacia los cambios que la humanidad experimentaba.

Así empezamos a vencer la timidez. Y a develar los secretos del conocimiento, de la mano de nuestros profesores, no todos pacientes. Pero fueron nuestras compañeras y nuestros compañeros los que nos aproximaron al mundo. Fueron ellas y ellos, los que estamos aquí, los que nos hacen falta, quienes nos sirvieron de apoyo para empezar el difícil camino de la vida.

40 años después ocurre de nuevo el milagro del encuentro que para muchos terminó en la ceremonia de grado. Con el colegio, con los profesores, con los recuerdos que empezaron a borrarse hace ya algunas décadas. Con las fotos que de manera descarada se burlan de nuestra “madurez”. Con las canciones que acompañaron nuestras dudas y nuestros desconciertos, nuestros romances y nuestras decepciones, nuestras alegría y nuestras nostalgias.

Quizás al reunirnos hoy le estamos pidiendo al tiempo que se detenga. Es la manera inconsciente de recuperar lo que ya no volverá. De aferrarnos a los recuerdos, una forma de recobrar la juventud. Pero sí estoy seguro que es la mejor manera de recuperar la alegría mediante el reencuentro.

Por eso debemos darle gracias al colegio que nos permite entrar de nuevo a su recinto, y a los profesores que nos acompañan. Pero, ante todo, es a ustedes a quienes les doy las gracias por existir hace cuarenta años. Y por estar aquí, con la sonrisa cómplice de quien me acompañó en un camino inolvidable.

Página mantenida por Helena Palacios y Alejandro Reyes J.